viernes, 9 de abril de 2010

La Conjura de los Chinitos


Al no encontrar nada abierto el hombrecito se dirigió al supermercado chino más cercano a su domicilio. Hacia poco que lo habían inaugurado y la limpieza del lugar dejaba mucho que desear. El olor a podrido era casi insoportable por lo que el visitante tuvo que llevarse un pañuelo a la nariz.

Los dueños, como maniquíes amarillos de un poco mas de un metro sesenta se congelaban en posiciones estratégicas para vigilar que el hombrecito no se robara nada. Mientras el visitante dudaba que comprar o trataba de elegir algo cuya fecha de vencimiento estuviera mas o menos al día. Los chinos miraban y cada tanto escupían frasecitas en monosílabas inentendibles. El hombrecito se hacia el distraído pero de reojo los observaba. Mientras tomaba lugar esta persecuta al nuevo cliente, como en un desfile chino del barrio homónimo, caminaban casi danzando prolijamente por los pasillos, acomodando mercadería, galletitas y latitas de conserva varias generaciones de chinitos enviados por sus mayores. Los chinitos acomodaban y también espiaban. Se estaban entrenando en el negocio familiar. En cuanto el visitante se movía un milímetro, disimuladamente los chinitos pasaban por al lado, con el carrito lleno, bloqueándole el paso. El hombrecito, ya medio nervioso, les sonreía con desconfianza y los chinitos lo miraban con cara de nada. Esto lo asusto un poco. Se dio cuenta que, además de vigilarlo un grupito de chinos y chinitos, había dos o tres cámaras de seguridad seguramente fabricadas en aquel pais asiatico que giraban para un lado y para el otro. Pero solo cuando el se movía. Ya bastante alterado, el hombrecito decidió despistarlos, camino ligero hacia un costado y, mientras, tras el escuchaba los pasos de los chinos y chinitos. Se paro en el stand de pan lactal y se quedo quieto. A esas alturas el olor era terrible y ya no le servia el pañuelo para cubrirse la boca. Definitivamente había algo raro, probablemente se lo confundían con algún inspector de limpieza que les habría cerrado algún local. Algo que, dadas las condiciones de ese emporio comestible y oriental, hubiera sido correcto. Como ultimo recurso, pregunto algo a uno de los chinos, parecía ser el dueño y se lo notoba algo alterado. El chino dijo, en un español vergonzoso, no entender. “Por que no aprenderán bien el idioma estos…”. Pensó el nuevo cliente.

Decidido, el visitante ofuscado, agarro dos paquetes de galletitas y un frasco de mermelada. “Si me quieren hacer algo, se los tiro”. Volvió a pensar.

Camino con firmeza por el pasillo hasta la puerta principal, esquivando chinos, chinitos y mirando camaras de seguridad. Estaba en inferioridad de condiciones, era muy petiso y en una mano llevaba las galletitas y el frasco pesado y la otra la tenía ocupada con el pañuelo en la nariz. El olor , ya muy fuerte a esas alturas, lo estaba dejando nock out. Se le cruzo un carrito justo a unos pasos de la puerta principal, los chinitos lo atacaron, en medio de la lucha noto horrorizado que estaba cerrada. El olor lo adormeció, se mareo y se tropezó. Lo último que recordó fue ver a una china, bastante fea y muy amarilla sonriendo triunfal desde la caja.

Cuando se despertó, estaba encadenado en el fondo del supermercado. Lo habían secuestrado. Desde ese momento “tenia que cambiar las fechas de vencimiento a una montaña de productos ya vencidos”. Sonriendo, en un español perfecto, le informo el dueño del supermercado.

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